Había una vez Europa ……

Había una vez Europa ……

La ceremonia se desarrolló en la sede del Istituto Italiano di Cultura, agregaduría cultural de la embajada de Italia, presentes -anfitrión el embajador Guido La Tella- los representantes diplomáticos de la UE y de los distintos países comunitarios acreditados en la Argentina y fue para celebrar la asignación del Premio Nobel por la paz a la Unión Europea.La presencia de los diplomáticos, las banderas, los discursos, la música y la película «ad hoc» -que rendía homenaje a la idea unitaria y a los próceres fundadores- parecieron generar un clima nuevo, si no un auspicioso replanteo, resucitando el recuerdo de los ideales históricos que dieron origen a aquel proyecto de muy alto vuelo moral y político destinado, hace más de sesenta años, a gestar la unificación continental.

Alentadora y promisoria impresión, después de tanta mala onda reciente sobre las desgracias de Europa con la exagerada diatriba de críticas, comentarios, e insinuaciones que han transformado todo lo fechado en Bruselas en negras y amargas perspectivas de riesgoso futuro internacional.

En paralelo con la ceremonia oficial de Oslo, el acto pareció casi un conjuro propiciatorio de un necesario futuro mejor.

Antes, en realidad, por décadas estuvimos acostumbrados a leer y oír que todo lo que venía de allí era indiscutiblemente digno de ser imitado, aplaudido, envidiado: la superación de la estrecha visión nacionalista, los aciertos económicos, los éxitos comerciales, la próspera y pacífica convivencia entre antiguos rabiosos enemigos… todo resultaba ejemplar.

Tanto que, a veces, frente a las diatribas recientes, se pudo legítimamente sospechar que tanta insistencia en los desastres europeos, tan profundo cambio de viento apuntara, más que nada, a despertar -maliciosamente o no- contrastes, incompatibilidades e intereses -próximos y remotos- para hacer dudar de la consistencia misma de la fatigosa construcción comunitaria, alimentando incertidumbre, en definitiva, sobre el cometido histórico de fondo.

Aquello de los próceres a los que se rinde homenaje con este premio no fue sólo un sueño y vale la pena recordar el histórico giro que se dio entonces en Europa -al finalizar la Segunda Guerra Mundial- con propósitos ideales y operativos que llevaron a enfoques visionarios de profunda innovación.

Impactaba no poco, digamos, que la que fuera relatada por años como una perspectiva política e histórica de gran seducción para más generaciones terminara envuelta en oscura nebulosa, confinada en el fallido reino de sueños líricos y trasnochados…

Pero, no es así. Resultaría difícil entenderlo, especialmente para quienes no olvidan las sólidas motivaciones originarias de la emblemática y decantada «Comunidad», devenida en la UE que, a partir del restringido club de «los Seis», abarca ahora a 27 naciones. Parece, sin embargo, más útil y constructivo concentrar todo esfuerzo y análisis en las causas que han determinado la crisis en debate , comenzando por lamentar que, hace ya tiempo, se apartó gradualmente el extraordinario impulso ideal de la solidaria aspiración a la integración política, aterrizando en definitiva en un árido contexto crepuscular dominado a menudo por bizantinismos, separatismos y escepticismos de dudoso cuño cultural.

Aquello de los próceres a los que se rinde homenaje con este premio no fue sólo un sueño y vale la pena recordar el histórico giro que se dio entonces en Europa -al finalizar la Segunda Guerra Mundial- con propósitos ideales y operativos que llevaron a enfoques visionarios de profunda innovación.

 

¿Cómo fue?

 

El trágico balance de los cinco años de guerra resultó moral y políticamente tan doloroso que se impuso, por fin, la idea de la colectiva locura que significaba en Europa la periódica «cita con la guerra». Se fue tomando conciencia de que aquellos enfrentamientos se parecían mucho a guerras civiles y como tales debían ser leídos e interpretados. Se operó, por lo tanto, de suma urgencia para un cambio histórico radical. ¿Cómo no aprender, si en setenta años los alemanes habían llegado tres veces en armas hasta París (1870-1914-1940)? Era imperativo darle finalmente otra lectura y otro significado a nombres dramáticos como Alsacia, Lorena, carbón, acero y fue arduo dar vuelta a toda una cultura de rencor y recelo nacionalista…

 

Fue obra de grandes estadistas: Alcide De Gasperi, Konrad Adenaur, Robert Schumann, Henry Spaak y muchos otros terminaron entendiéndose en aras de la paz y la convivencia entre los pueblos, pero también por tener, en tantos casos, credos y experiencias análogas. Pertenecían a la misma frontera cultural y, a veces, también religiosa: democráticos militantes, habían sufrido persecución, cárcel, destierro por parte de impresentables regímenes políticos destinados, felizmente, a ser borrados por la historia. Ellos supieron sacar provecho, en la compleja coyuntura de aquella época, de la larga sucesión de tragedias bélicas que había caracterizado el pasado y apostaron a instituciones comunitarias hasta entonces no imaginadas…

Europa se fue transformando. Callaron los cañones, y se enfundaron las bayonetas. Hubo mercado, evolución industrial, crecimiento, intercambio cultural, convivencia, prosperidad y sobre todo paz por décadas, donde había parecido imposible en siglos…

Se trató -vale repetirlo- de un impulso ideal determinante que torció en definitiva la historia, abriendo perspectivas políticas nuevas. En 1954, poco antes de su fallecimiento, De Gasperi expresó preocupación por la incierta gestión de la CED (la proyectada Comunidad de Defensa europea), diciendo «Mi espina es la CED». Falleció poco después sin saber -parece- que se había rechazado la propuesta de un ejército europeo común, al que debía seguir un entendimiento -igualmente comunitario- sobre política exterior: instituciones calificadas, tendientes a consolidar la integración política programada. Con el tiempo, aquellos estadistas se llevaron a la tumba sus «espinas» y aparecieron otros rumbos e impulsos distintos.

 

¿Y hoy?

 

Hoy el debate a menudo parece muy otro. Se evidencian con insistencia posiciones de ardua conciliación, en base a dogmatismos e intransigencias que de persistir terminarán traicionando el espíritu solidario propio de un proyecto histórico cuyo postulado más alto fue, desde su inicio, justamente la solidaridad, la integración y la convivencia pacífica…

Y es por todo esto que la ceremonia a la que hacíamos referencia al comienzo -con los embajadores, las banderas y un documento filmado de homenaje a los próceres y a los países fundadores de la Unión Europea- dio la impresión de un auspicioso retorno al impulso ideal que, después de la Segunda Guerra Mundial, movilizó mentes y corazones hacia posibles metas de un mundo mejor….

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