ANDREOTTI, un mito….

ANDREOTTI, un mito….

Por Dante Ruscica

Su reciente fallecimiento renovó en Italia y en el mundo la leyenda que acompañó toda su vida. El mito del hombre político más conversado, más recordado en niveles altos de la gran política internacional y en toda mesa de café cuando la conversación llevaba a mencionar un caso político increíble, por todos conocidos, mitológico casi. En el mundo entero se habló de él por más de medio siglo. El diputado más joven, el ministro de todos los ministerios.

 

 

Fue titular de finanzas, de defensa, de relaciones exteriores, de cultura y espectáculos, de interior, fue el parlamentario más votado, siete veces Premier, especialista en estudios vaticanos, periodista, escritor con grandes premios literarios. Se habló de él por largos años como el más inteligente, culto, refinado, lleno de brillante ironía en sus conversaciones y en su dialéctica, apasionado de hípica, católico devoto de misa cotidiana.

Todo se dijo de él y todo se ha vuelto a decir en ocasión de su muerte a los 94 años. Se lo llamó Inoxidable y Divino Giulio. Se lo premió como senador vitalicio, como padre de la Patria…Pero por años también llevó en sus espaldas la sospecha de gran padrino, cosechando transparentes alusiones e indirectas en importantes libros y películas internacionales. Por años tuvo que subir y bajar ascensores de tribunales. Involucrado en todo. No hubo en la Italia de posguerra investigación parlamentaria, denuncia política sin que figurara su nombre. Hombre-poder, símbolo insoslayable de poder, Andreotti no pudo escapar a juicios y procesos que, más allá de su figura, implicaban procesar, en definitiva, al poder mismo como tal, con profusas y graves acusaciones, debido especialmente a tan dilatada actuación. Pero Andreotti salió siempre airoso. No se defendió del proceso, sino en el proceso que enfrentó siempre con coraje, paciencia e ironía: a menudo zafando y volviendo a cosechar votos, simpatías, admiración, premios.

Volvía siempre consolidando su fama de estadista sabio, de político experimentado, conocedor como nadie de la maquinaria administrativa del estado, testigo y protagonista, desde posiciones encumbradas, de medio siglo de historia.

Con gran proyección internacional por tantos años, Andreotti supo ser protagonista también en las relaciones con la Argentina. Visitó el país en una infinidad de circunstancias, como Premier, como ministro, como canciller, en misiones oficiales o de estudio, invitado en celebraciones solemnes, condecorado.

Todo comenzó en 1960, el año del Sesquicentenario argentino, cuando era ministro de defensa y se había anunciado para mitad de junio la visita oficial en Italia del presidente Arturo Frondizi. Faltaban pocas semanas para el viaje del presidente desarrollista a Italia, cuando el tribunal de Roma incautó un avión de Aerolineas Argentinas, en el marco de un largo y complejo juicio que se remontaba a la primera época peronista y enfrentaba a un ciudadano italiano con el estado argentino (Caso Gronda). Fue un escándalo que sembró malestar en toda la opinión pública de aquí y puso nervioso al entero circuito político y diplomático de los dos países: especialmente por el riesgo de que ese clima determinara suspender la visita presidencial. Largas consultas, entrevistas, discusiones no llevaban a nada. Se estaba cumpliendo una sentencia judicial que parecía impecable y nada podían los poderes políticos. Hasta que…el ministro Andreotti descubrió que los dos países tenían desde 1800 y pico un convenio postal por el cual no se permitía incautar ningún transporte con tarea de correo: el avión de Aerolineas traía correo y entonces volvió a volar… Andreotti fue saludado en la prensa como salvador de las relaciones italo-argentinas y Frondizi pudo hacer su triunfal visita oficial, recibido en Italia con grandes festejos, especialmente en la ciudad de Gubbio, de donde era originaria su familia.

A partir de ahí el político italiano devino en “gran amigo del país”. Cultivó a través de los años muchas amistades no sólo en el ámbito oficial, fue consultado en circunstancias importantes. Andreotti podía poner en dificultad al que más en temas relativos a la Argentina y a su gente, sus características, su historia y sus problemas. Era un archivo andante también en esta materia y sólo por cortesía –se notaba- hacía preguntas en alguna entrevista cuando se le relataba algo: en realidad sabía siempre más que nadie, y de antemano, sobre la situación argentina.

Así era Giulio Andreotti y con él no podían los años y las investigaciones. Había comenzado a actuar en política muy joven al lado del gran Alcides De Gasperi a quien lo presentó, en los años tremendos de posguerra ,el Cardenal Montini, futuro Papa Paulo VI. Lo señaló como uno de los jóvenes más destacado de la Acción Católica, muy apreciado desde entonces en la Curia Vaticana. De ahí en adelante fue siempre protagonista, en primera fila en la política italiana, en las conferencias europeas y mundiales, en su actividad de escritor y estudioso. Amigo de Papas y estadistas, de literatos y de gente de espectáculo, se distinguía a menudo –dentro y fuera del parlamento- por su lucidez y su prontitud dialéctica en respuestas cortantes y emblemáticas, como también en   chanzas, humor y fina ironía. En su zenit político de manejo del poder, cuando cualquier frase, expresión o “battuta” suya (fuera sabia o cínica) era celebrada como insuperable hallazgo, se decía que “media Italia viene a hablar con él y la otra mitad quisiera hablarle”. Desde aquella época se cuenta que alguien le preguntó una vez si creía en serio que “el poder desgasta” cuando se lo ejerce largamente: dicen que ni lo pensó y contestó rapidísimo con una fría sonrisa que “no, el poder desgasta sólo a quien … no lo tiene”. Auténtica o inventada, la frase dio la vuelta al mundo, instalándose en todos los manuales del anecdotario político de café. Y tuvo razón. En tantos años la política, no lo desgastó.

“Ejerció” hasta los noventa y cuatro, dejándose atrás la leyenda de hombre símbolo del poder, como repitieron tantos ahora, en ocasión de su muerte. Justamente.

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