2013 – De Belgrano al Papa Bergoglio

2013 – De Belgrano al Papa Bergoglio

di Dante Ruscica

Entre tantas expresiones de alegría y satisfacción surgidas en el mundo entero con motivo de la elección del Papa Francisco, no faltó alguna voz – por suerte aislada – que insinuó cierta molestia en cuanto «sí, se eligió al primer Papa americano, «pero» proveniente del país menos americano del continente y, además, hijo de italianos …”: como se pudo leer en alguna nota informativa. Un «pero» que revela cierta sorpresa, dejando sospechar alguna inconfesable molestia y hasta un más profundo sentimiento de rechazo.
¿Será envidia, malicia, ignorancia?
Es probable que se deba sólo al total desconocimiento del carácter histórico de la presencia de los italianos en la Argentina, aunque – se sabe – es una historia en gran parte desconocida en la misma Italia y en la misma Argentina: en Italia porque todo lo que sabe a emigración ha sido como removido de la memoria nacional, mientras en la Argentina, notoriamente, los que «descienden de los barcos» no tienen gran tendencia a recordarlo …
Sin embargo – sea o no reconocido – esta realidad existe y, pensándolo bien, explica tantas otras cosas.

Se trata de una historia larga, densa y rica de eventos relevantes, una auténtica epopeya con características únicas más que raras, con millones de seres humanos en movimiento, con hitos memorables y también con momentos ásperos y complejas coyunturas, una historia sin posibilidad de fáciles paralelismos y equivalencias, aunque es verdad que todas las historias de emigración tienen en común dramas individuales, casos de extrema necesidad y al mismo tiempo son reveladores de la incontenible voluntad humana de rescate y superación.
Así siempre y en general. Pero el caso italoargentino, con tan imponentes y amplias implicancias, tiene – vale repetirlo – características únicas.
No es común, por ejemplo, considerarse emigrado en un país que se ha contribuido a fundar. Y los italianos en la Argentina estuvieron desde su primer grito vital como Nación con hijos de nombres emblemáticos como Belgrano, Castelli, Alberti …
De ahí en adelante millones de italianos que optaron por esta segunda patria se realizaron – en más de dos siglos – en un contexto social, variado y cambiante, participando activamente en su devenir, acompañando su evolución. Muchas veces se ha dicho que los que tomaban los barcos a menudo huían de guerras, carestías y miserias buscando aquí un contexto de posible prosperidad, pero hay que añadir que contribuyeron mucho a la expansión y a la consolidación de esta realidad, en las buenas y en las menos buenas coyunturas: y se ha dicho – no sin razón – que aquí se supo hacer de dos pueblos uno solo.
Ahora la elección del Papa Bergoglio – como hemos leído – estimula observaciones de sorpresa y no falta quien se ocupa de la cuestión como si la fusión italoargentina fuera una sociedad anónima, intentando establecer el haber y el debe de cada accionista, quién dio y quién recibió más.
No entienden lo difícil que sería semejante balance: inclusive porque las partes terminaron fusionándose felizmente en una sola. Además, no se trata de ninguna sociedad anónima, al contrario: abundan aquí más que nunca justamente los apellidos como testimonio de tal fusión. Los italianos – realizando cada uno su devenir personal y familiar – supieron generar en este país encumbrados hombres de estado, genialidades del mundo de la ciencia y de Ia cultura, docentes ilustres, trabajadores ejemplares y artistas cuyo genio se ha proyectado, tantas veces, más allá de los límites argentinos.
La Argentina es notoriamente una nación que se reconoce en el aporte y la participación de tantos. El argentino es hijo del encuentro de variados componentes culturales en los que el nuestra – permiso por recordarlo alguna vez – tuvo 
iempre innegable preeminencia.
No importa que la historia lo reconozca o no explícitamente: la historia – se sabe – hace lo que puede, según quien y cuando la escribe …
Todo esto – y esperemos que baste – para decir cuán justificada resulta la satisfacción y la alegría de los italianos al vivir también como propia la legítima y universal dicha de los argentinos por la elección del Cardenal Jorge Bergoglio como sucesor de San Pedro en la encumbrada cima de la Iglesia de Roma.
Una dicha que compartimos, por lo tanto, con toda legitimidad y justicia, considerando este acontecimiento como el más alto y glorioso de la histórica comunión italo-argentina que desde Belgrano a nuestros días no había generado en su persistente vitalidad nada más relevante y significativo.

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